El caso de Egipto ha despertado mucho interés en el hemisferio occidental, especialmente porque pareciera ser que se avecina una oleada de revoluciones en países gobernados por regímenes autoritarios. Ante la caída de Mubarak, personalidades en el mundo occidental se congratulan por la aparente dirección que ahora toma aquel país; transición democrática. De ser así, estamos frente a una de las revoluciones más importantes de la historia contemporánea. ¿Pero qué tan seguros podemos estar de eso? Si un régimen sucede a otro con las mismas instituciones, efectivamente sucede una transición… pero entre regímenes… no necesariamente una transición hacia la democracia.
Me detengo en algunos datos. Los medios no han escatimado notas que relacionan la revuelta egipcia con el grupo de Hermandad Musulmana. Grupos caracterizado como uno de los mejor organizados del mundo árabe y a favor de la construcción de regímenes de corte religioso. Por otro lado, Mubarak deja el poder pero lo entrega a un militar, a quien Estados Unidos cataloga como “resistente al cambio”. La idea del gobierno de Mubarak (ahora sin él al frente) es llamar a elecciones el próximo septiembre pero no habla aún de algún cambio institucional de fondo.
Hasta ahorita, parece ser que se trata más de un conflicto entre élites, que de una verdadera revolución. Tanto el bando oficial como el bando opositor buscaron legitimación mediante el apoyo de las masas, así lo hace evidente la forma en la que se dieron las primeras manifestaciones. El bando opositor llevó las de ganar, y a Mubarak no le quedo otra más que retirarse. ¿Y cómo no iba a ganar el bando opositor si en ella se canalizaron los malestares generalizados que un régimen autoritario produce? El bando opositor es ahora uno con muchas y diferentes voces que no necesariamente piden lo mismo, pero que si genera expectativas. Expectativas que de seguir la cosa como va, no se cumplirán.
Entre las teorías de acción colectiva se dice que para lograr un “bien público” se necesita un punto crítico de masa. Defino bien público sin carácter normativo, y defino punto crítico como aquel número de personas que detona una gran masa. Mi teoría sobre lo que sucede en Egipto es que el bando opositor original, invocando una serie de injusticias sentidas por el pueblo, logró alcanzar un punto crítico de manifestantes que hacia el exterior se percibió como organizado y con un solo sentido. Las interpretaciones del exterior le adjudicaron un sentido democrático compatible con sus valores por supuesto. Sin embargo, hasta ahorita no hay datos que nos permitan inferir que se trata de una transición democrática. En todo caso, como dije anteriormente, se trata de un régimen sustituyendo a otro, y entonces nos encontramos frente a una de las revueltas más mediatizadas en la historia contemporánea, pero no una revolución.
De ser esto cierto, a Mubarak y su grupo de aliados le quedan dos opciones. Aguantar y sofocar el movimiento de las masas para que en aguas más tranquilas se llame a elecciones, y poder influir en quien tome el nuevo gobierno (que es lo que está tratando de hacer). O segundo, ante el inminente arrebatamiento del gobierno por otro grupo organizado, Mubarak y sus aliados llamen a un gran cambio en las instituciones que permita el control indirecto de cualquier otro grupo que tome el poder. De suceder lo último, el resultado final si pudiera ser llamado revolución.
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